Don Chema y la Elite
Cultural mexicana
En días pasados los medios electrónicos e impresos dieron
cuenta de la muerte del intelectual José María Pérez Gay egresado de la primera
generación de la licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación por la
Universidad Iberoamericana y personaje de la cultura de elite mexicana.
El panteón Francés de la Ciudad de México como escenario de
la última despedida de tan destacado
personaje, este acontecimiento me hizo reflexionar sobre el tema de la cultura
de elite en nuestro país.
Según Ignacio Echeverría, crítico literario, la cultura
elitista se distingue por su grado de sofisticación, esa cultura otrora
identificada como aristocrática, “privilegia a unos pocos, y contemplada, en
consecuencia, como atributo de la elite que mayormente la consume y segrega”.
No podemos negar la existencia de este tipo de cultura,
acabamos de ser testigos de su vigencia. A pesar de que Pérez Gay simpatizó con
la izquierda de López Obrador el entorno en que se desarrolló y las actividades
que hizo nos hace ubicarlo en esta denominada elite cultural. A su funeral
asistió el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, el
mismo Andrés Manuel, Rafael Pérez Gay hermano de José María y director de la
Editorial Cal y Arena, Héctor Aguilar Camín, el ex embajador Héctor
Vasconcelos, Silvia Lemus (viuda de Carlos Fuentes), el ex rector de la UNAM
Juan Ramón de la Fuente, el cineasta Luis Mandoki, Lourdes Pérez Gay, directora
de la compañía de Marionetas de la Esquina, entre otros.
Ausente el pueblo de México, pero no solo al acontecimiento
sino al conocimiento de este personaje, embelesados con la final del futbol
soccer, instalados frente al televisor, aceptando inconscientemente que la
cultura de elite es eso, “cultura de elite” a la que no tenemos acceso ni nos interesa
tener.
T.S. Eliot citado por Mario Vargas Llosa en su libro “La
civilización del Espectáculo” y por Ignacio Echeverría afirma que “Es esencial
recordad que no debemos considerar a las capas superiores como poseedoras de la
más alta cultura que las inferiores, sino como representantes de una cultura
más consciente y más especializada” y pareciera que aburrida, según nuestra
industria cultural.
Una cultura más consiente y especializada, la de Pérez Gay
que pudo concluir un doctorado en Filosofía Germanística por la Univeridad
Libre de Berlin, que obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación
Cultural, la Cruz de Honor para las Ciencias y Artes del gobierno de Austria,
que pudo ser agregado cultural en varias embajadas que fue subdirector de Radio
Educación y fundador del Canal 22, asesor de Andrés Manuel en materia
internacional, traductor, diplomático, escritor, gestor cultural, hombre
dedicado a la cultura… de elite.
¿Será la cultura de masas quien tenga la culpa de que
identifiquemos a la cultura de elite como algo inalcanzable? Echeverría dice
que la cultura de masas provee a sus consumidores de unos códigos tan
reconocibles, en definitiva como los que sirven a la cultura elitista para
distinguirse de ella, así cada quien escoge los productos que le resultan más
afines o que mejor le sirven para reforzar las propias señas de identidad,
hasta aquí Echeverría.
Desde la óptica de la cultura de masas (aclaro) desde esa
postura, entonces la muerte de uno de los intelectuales contemporáneos más
completos que tuvo nuestro país queda relegada a una nota en la sección
cultural de los medios electrónicos e impresos, compitiendo con temas políticos,
deportivos y del espectáculo, restando interés al suceso y señalando a la
cultura de elite como selecta y lejana a la realidad.
Desde la cultura de elite, el acontecimiento entristece pero
abre el espacio a la reflexión sobre la vida y obra del personaje en cuestión,
sus integrantes se congregan a rendir homenaje, a dar fe de la fina e
importante persona que fue José María Pérez Gay y que desafortunadamente los
miembros de la otra cultura, si la de masas no le encontraron sentido ni
importancia y mucho menos trascendencia.
Me pregunto si es sano tener una división intelectual de esa
magnitud que nos orilla a ver dos realidades, a vivir en dos dimensiones distintas
y a no comprender de manera completa lo que pasa en nuestro entorno.